Un joven veinteañero diseñó lo que un hombre como Joaquín El Chapo Guzmán necesitaba cuando era prófugo de la justicia y quería mantener sus secretos ocultos a sus perseguidores: un sistema de comunicación sofisticado.
El joven informático había estado en contacto con uno de los hombres más buscados del planeta -ahora condenado a prisión perpetua en Estados Unidos- para cumplir el deseo del capo: comunicarse en secreto.
Para ello, el joven construyó un sofisticado sistema de teléfonos móviles de alta gama y servidores secretos, “todo ingeniosamente encriptado”, relata Alan Feuer, periodista del New York Times, en su libro El Jefe: The Stalking of Chapo Guzmán.
Esa información llegó al FBI a través de un rumor que había que rastrear, con base en los dichos de un informante, cuenta Feuer. “El relato del informante parecía lo suficientemente creíble, pero carecía de detalles: los únicos datos que había ofrecido sobre el joven técnico eran un nombre, Christian, y que era de Medellín, Colombia”.
Un hombre colombiano en sus veinte años y su contacto con el fundador del Cártel de Sinaloa eran un misterio. Eran los primeros días de la telefonía por Internet y el joven había dado al Chapo Guzmán, su poderoso, cliente, una forma para comunicarse de manera privada por el sistema de conversaciones Skype.
“Era lógico pensar que un hombre en la posición de Guzmán, fugitivo, con operativos dispersos en todo el mundo, al menos querría un medio para enviar y recibir mensajes secretos. Imagínese la ganancia inesperada si la brigada antidrogas de Nueva York pudiera piratear el sistema”, dice el periodista.
Un agente en sus 37 años que era ingeniero mecánico, Robert Potash, se ofreció a seguir la pista de lo dicho por el informante. Lo acompañó Stephen Marston, un neoyorkino había estado en casos de seguimiento a colombianos, entre ellos los distribuidores de Medellín y Cali. Conocía el funcionamiento de los capos de la droga.
La dupla Potash-Marston se encargó de seguir la pista del joven de Medellín que había dado al Chapo una forma de mandar mensajes en secreto. “Marston sabía que la historia del informante podría haber tenido algunos detalles inverosímiles, pero reconoció su lógica interna básica”, indica en el libro.
Christian no era un novato pese a su juventud. Según los interrogatorios al informante, Christian había trabajado en la creación de una versión beta de ese sistema de comunicación sofisticado para otro grupo de narcotraficantes: la familia Cifuentes, quienes eran una organización de contrabando con gran capacidad en Colombia. Se les conocía como “el clan invisible” por la capacidad que tenían para trabajar bajo el radar. Christian era de Medellín, Los Cifuentes también.
Los Cifuentes eran viejos conocidos del Chapo Guzmán y del Cártel de Sinaloa pues de acuerdo con el relato, habían enviado cargamentos por todos los medios posibles, incluidos grandes barcos y también por aire. “Si algunos de los Cifuentes hubieran adquirido una nueva tecnología, ciertamente sería razonable pensar que la habían transmitido, a través del hombre que la desarrolló, a su viejo amigo y aliado”, es decir, al Chapo Guzmán.
Christian seguía siendo un misterio. Pero una llamada organizada por la dupla Potash-Marston con el equipo del FBI y sus equivalentes de la DEA en Bogotá arrojaría más detalles. Apenas dijeron Christian, los de Colombia parecían saber de quién hablaban. “Un joven técnico, Christian Rodríguez, les dijeron, tenía una pequeña empresa en Medellín que reparaba computadoras y establecía redes de comunicaciones”, cuenta Alan Feuer en El Jefe.
Christian Rodríguez era también conocido en el ambiente informático como hacer trabajos de hackeo en Bogotá. 20 años, de Medellín, informático, con una empresa en Colombia y hacker, ese era Christian,
Un joven veinteañero diseñó lo que un hombre como Joaquín El Chapo Guzmán necesitaba cuando era prófugo de la justicia y quería mantener sus secretos ocultos a sus perseguidores: un sistema de comunicación sofisticado.
El joven informático había estado en contacto con uno de los hombres más buscados del planeta -ahora condenado a prisión perpetua en Estados Unidos- para cumplir el deseo del capo: comunicarse en secreto.
Para ello, el joven construyó un sofisticado sistema de teléfonos móviles de alta gama y servidores secretos, “todo ingeniosamente encriptado”, relata Alan Feuer, periodista del New York Times, en su libro El Jefe: The Stalking of Chapo Guzmán.
Esa información llegó al FBI a través de un rumor que había que rastrear, con base en los dichos de un informante, cuenta Feuer. “El relato del informante parecía lo suficientemente creíble, pero carecía de detalles: los únicos datos que había ofrecido sobre el joven técnico eran un nombre, Christian, y que era de Medellín, Colombia”.
Un hombre colombiano en sus veinte años y su contacto con el fundador del Cártel de Sinaloa eran un misterio. Eran los primeros días de la telefonía por Internet y el joven había dado al Chapo Guzmán, su poderoso, cliente, una forma para comunicarse de manera privada por el sistema de conversaciones Skype.
“Era lógico pensar que un hombre en la posición de Guzmán, fugitivo, con operativos dispersos en todo el mundo, al menos querría un medio para enviar y recibir mensajes secretos. Imagínese la ganancia inesperada si la brigada antidrogas de Nueva York pudiera piratear el sistema”, dice el periodista.
Un agente en sus 37 años que era ingeniero mecánico, Robert Potash, se ofreció a seguir la pista de lo dicho por el informante. Lo acompañó Stephen Marston, un neoyorkino había estado en casos de seguimiento a colombianos, entre ellos los distribuidores de Medellín y Cali. Conocía el funcionamiento de los capos de la droga.
La dupla Potash-Marston se encargó de seguir la pista del joven de Medellín que había dado al Chapo una forma de mandar mensajes en secreto. “Marston sabía que la historia del informante podría haber tenido algunos detalles inverosímiles, pero reconoció su lógica interna básica”, indica en el libro.
Christian no era un novato pese a su juventud. Según los interrogatorios al informante, Christian había trabajado en la creación de una versión beta de ese sistema de comunicación sofisticado para otro grupo de narcotraficantes: la familia Cifuentes, quienes eran una organización de contrabando con gran capacidad en Colombia. Se les conocía como “el clan invisible” por la capacidad que tenían para trabajar bajo el radar. Christian era de Medellín, Los Cifuentes también.
Los Cifuentes eran viejos conocidos del Chapo Guzmán y del Cártel de Sinaloa pues de acuerdo con el relato, habían enviado cargamentos por todos los medios posibles, incluidos grandes barcos y también por aire. “Si algunos de los Cifuentes hubieran adquirido una nueva tecnología, ciertamente sería razonable pensar que la habían transmitido, a través del hombre que la desarrolló, a su viejo amigo y aliado”, es decir, al Chapo Guzmán.
Christian seguía siendo un misterio. Pero una llamada organizada por la dupla Potash-Marston con el equipo del FBI y sus equivalentes de la DEA en Bogotá arrojaría más detalles. Apenas dijeron Christian, los de Colombia parecían saber de quién hablaban. “Un joven técnico, Christian Rodríguez, les dijeron, tenía una pequeña empresa en Medellín que reparaba computadoras y establecía redes de comunicaciones”, cuenta Alan Feuer en El Jefe.
Christian Rodríguez era también conocido en el ambiente informático como hacer trabajos de hackeo en Bogotá. 20 años, de Medellín, informático, con una empresa en Colombia y hacker, ese era Christian, el pirata informático que ideó un sistema de comunicación secreta para el entonces prófugo Chapo Guzmán.